sábado, 6 de noviembre de 2010

Colonialismo y Religión claves para la decolonización cultural por Eloy Reverón


El colonialismo es un concepto de naturaleza fáctica e ideológica. Cuando la acción de colonizar implica el desalojo o desplazamiento del espacio que originalmente pertenece a una nación, o la destrucción de su hábitat para beneficio foráneo o metropolitano, se ha hecho necesario proveerlo de un piso filosófico que justifique el abuso, a fin de que el tiempo y el lenguaje trasladen acciones de semejante naturaleza al plano de lo cotidiano, llevarlo al nivel del uso por la costumbre.

La noción de sojuzgamiento permite diferenciar el acto colonialista de la acción colonizadora la cual se realiza en un espacio desocupado. El colonialismo implica la existencia de una civilización distinta a la cual se pretende someter. Esta diferencia cultural o técnica supone un desnivel entre ambas a fin de poder, no tanto hacer conquista como justificarla. En tal sentido, las doctrinas y los móviles del colonialismo, tienden a confundirse. "..., el colonialismo se presenta como una aventura mesiánica: pretende salvar o bien las almas o bien los destinos terrenales de un grupo que por sus propias fuerzas sería incapaz de redención ."

Cuando una civilización posee una certidumbre profundamente arraigada, por ejemplo, que después de esta vida, los seres humanos traspasamos el umbral de la muerte hacia una vida eterna, y que la ignorancia o desconocimiento de esta convicción, puede condenarnos a otra vida eterna de sufrimientos en medio de las sempiternas llamas del infierno. A nadie se le ocurriría pensar en que fuera abuso alguno, salvar a los infieles de este suplicio mediante la destrucción de sus culturas, viejas creencias, imponerles nuevas leyes y costumbres en aras de otorgarles la oportunidad de alcanzar una vida eterna sin el dolor y el sufrimiento en la breve temporalidad de la existencia humana sobre la tierra. Aquí la colonialización trabaja de la mano con la religión, una ideología con lenguaje propio. Mientras las convicciones religiosas estuvieron bien arraigadas, se consideró que la Cruz trajo felicidad al nuevo mundo y la forma como lo hizo fue considerada un uso, más nunca un abuso, al menos por parte de los vencedores.
Así, la imagen de Cristóbal Colón posesionándose de la isla de Guananí, de la libertad y de "vida terrenal" de los nativos, estarían en un marco donde a nadie se le hubiese ocurrido pensar que incurría en una abuso, sobre todo porque su pretexto, estaba validado por el uso y la costumbre; y sobre todo por la convicción católica de la vida eterna en el cielo que a cambio se les otorgaba. En este caso, no se considera el abuso porque la ideología y las convicciones religiosas contaban con mayor peso y vigencia. Cuando se eliminan las concepciones mentales elaboradas por el colonialismo, entonces aquel cuadro del Descubrimiento, luce tan repulsivo que intentaron llamarlo el Encuentro de dos Mundos, los no descubiertos o cualquier otro eufemismo que disimulara el abuso, que luce cuando las actitudes colonialistas se encuentran fuera de lo cotidiano que implica la costumbre del uso.

Lo esencial del colonialismo, desde esta perspectiva europea, se remonta a los fenicios, griegos, y romanos, quienes enfocaron la conquista territorial de lugares ya poblados, a quienes se les imponía el cobro de tributos como un privilegio realmente merecido.
La historia acusa un modo particular de fundar ciudades, donde la pompa y la ceremonia... devela lo real del colonialismo, pues todos se erigieron bajo norma de privilegio: Solo para europeos; a los aborígenes se les hacinaba en pueblos de indios; y cuando se les aceptaba en las ciudades, era en calidad de súbditos desiguales, en la orilla miserable de esas urbes, y privándoles del derecho de municipalidad;...

Para los españoles poblar y colonizar involucraba la misma idea. La empresa colonialista lo aparta, lo sustituye porque el sentido de la empresa era la búsqueda de riquezas a las cuales accedió a través del tributo, el despojo de metales y perlas, así como la energía del trabajo. El comercio colonialista implicó también un adelanto de capital. La empresa mercantilista precisó de exportación de capitales, inversión extranjera en territorio colonial donde además hubiera un gobierno controlado a distancia desde la metrópolis, con la anuencia del aliado local, conocido en México como " malinchismo". Los reyes y comerciantes practicaron contratos para las empresas coloniales, los llamaron capitulaciones, charter, capitulations, capitualacao, según la lengua europea que lo tilde, pero el contenido es el mismo.

El Estado español tenía el objetivo de ampliar sus dominios. La doctrina mercantilista requería perlas, oro, plata, y todos los recursos necesarios derivados del dominio de las tierras. La Iglesia necesitaba recuperarse del cisma más importante de su historia, la Reforma. Le urgía aumentar sus dominios; en este caso fueron de orden espiritual, pero como todo dominio espiritual requiere de una base material que lo sustente, era necesario invertir para ganar. Después de finalizado el proceso de expulsión de los moros de España, la clase militar que había quedado ociosa, esperaba ampliar sus horizontes para saciar sus ambiciones económicas y los delirios de nobleza. Para efectos de la exposición se identificaron tres instituciones con tres símbolos: la Corona, la Cruz y la Espada. El único símbolo que nos queda es aquel que se identifica con el poseedor o productor de la riqueza, vale decir el indio, simbolizado por la Tierra.

La Corona requería más súbditos para cobrarle impuestos; la Cruz, necesitaba nuevos fieles que se arrodillaran y pagaran su limosna; y la Espada, buscaba enemigos para doblegarlos y despojarlos de la riqueza. Estas necesidades de triple naturaleza sólo podían ser satisfechas a través del Indio, hasta el momento, potencial dueño de la energía de trabajo requerida para la empresa. La Espada doblegaba su fuerza mediante el rito de la Guerra; la Cruz, doblegaba su espíritu mediante el rito del bautismo; y la Corona distribuía (el Sol de oro) las ganancias con nuevas cotas de nobleza y poder.

A la Espada le convenía que el Indio no fuera persona y careciera de alma para que no transcendiera el hecho, si moría buscando perlas en el fondo del mar, o tapiado más tarde en las minas del otrora Tawaintisuyu ; a la Cruz le interesaba que el Indio tuviera alma, para justificar la empresa de salvarla; y a la Corona que fuera súbdito o vasallo para que se manifestara como tal mediante el pago de los impuestos reales.

La trilogía simbólica sintetiza la mecánica de lo que nos interesa destacar de este marco histórico. Ahora nos queda el sentido de estos hechos, su aporte lo consideramos útil para comprender tres aspectos que resaltan de esta situación; el primero, es que detrás de esta realidad reposa una ideología colonialista que será constante en todo el proceso histórico, y que ya se expresaba desde el mismo lenguaje utilizado por Colón; el segundo, que la religión juega un papel esencial para reducir el espíritu del indígena en virtud de someterlo a la producción y justificado por la misión de otorgarle la posibilidad de salvar su alma del infierno, aunque hubiera que arrojar muchos cuerpos a las hogueras de la Inquisición; y el tercero, que de todo esto resulta un producto histórico, legado para el futuro, engendro de toda esta situación; el resultado del choque entre dos culturas, instrumentos claves para entender los elementos que entrarán en juego, en similar y posterior situación. Este producto histórico es la mentalidad colonialista como herencia de una situación histórica mantenida por siglos, y que se había arraigado desde la antigüedad con los giros conceptuales que le agregaría la realidad americana.

Desde el primer momento cuando Colón entró en contacto con los indígenas ya estaba presente la ideología que caracterizará a los colonos y a sus descendientes, se percibió frente a seres humanos vistos como salvajes que debían ser cristianizados para que luego pudieran servir a propósitos mercantiles. La idea que precede está sustentada por estudios que al respecto realizó Beatriz Pastor en un interesante ensayo donde señala que El retrato del hombre americano de acuerdo con el primer código de representación contiene una definición explícita de salvaje como una suma de tres cualidades: indefensión, (desnudos)/ no agresividad, (sin armas)/ no comerciante, (generoso); y simultáneamente, este retrato constituye un resumen implícito de los rasgos que definen la ideología de un hombre como Colón, lo que es un hombre civilizado. (...) La incapacidad o falta de deseo de comerciar equivale, dentro del contexto del discurso colombino, ya que en él se equipara al hombre no comerciante, a la pérdida de humanidad, ya que en él se equipara explícitamente al hombre no comerciante con la bestia” Así, el reconocimiento de la condición humana se debatía entre dos extremos. Para los colonos era preferible pensar que no eran humanos en virtud de poder disponer de sus vidas explotando la mano de obra indígena; al lado contrario se colocaría la Iglesia, les convenía que fueran humanos a fin de que tuvieran alma, en virtud de justificar la empresa de asegurarles el Reino de los Cielos, privilegio del cual no dispondrían en condición de infieles. Ese ser salvaje debía ser salvado de su “horrible” condición de desconocimiento del “verdadero” Dios. Así el código ideológico se hizo acompañar de un objetivo altruista, la propagación de la fe cristiana y la conversión de los infieles a la religión oficial. Este segundo código de representación refuerza el anterior en dos puntos: ”el carácter primitivo y salvaje de los habitantes de América concretado en la ausencia de cualquier tipo de religión;(...) la docilidad que los hace fácilmente cristianizables y manipulables.
Pero lo verdaderamente interesante de este segundo código de representación que sirve de puente a las propuestas comerciales que Colón desarrollará hasta sus últimas consecuencias de forma muy explícita en el código de representación mercantil.” Esta mentalidad de Colón acompaña al proceso histórico indígena durante toda su evolución. La herencia de esta relación trajo también una fractura cultural para los descendientes de este choque de culturas. Esta herencia se traduce en una cultura criolla que menosprecia la memoria ancestral de los vencidos y se refleja en el olvido progresivo de la huella India en la memoria del venezolano . Este olvido es producto del desprecio que proviene de una mentalidad que observó al indígena sin considerar su condición humana, extraído del contexto de una realidad americana identificada como una fuente de productos que asegurarían el desarrollo económico de la metrópoli, concepción que culmina lógicamente en la percepción y caracterización del hombre americano como mercancía deshumanizada . Resalta la relación de tres ideas fundamentales presentes en el discurso colombino apuntan hacia la esencia del problema indígena constantes en la historia; primero el encuentro con el salvaje; segundo, el pretexto altruista de civilizarlo mediante la evangelización; y tercero, el negocio que representa para la mentalidad que Colón refleja a través de su discurso, ante las riquezas que le aguarda esa “Tierra de Gracia” . Esto simplemente constituye lo que se conoce en el presente como mentalidad, aptitud o política colonialista. Al margen de ese ser “salvaje” que debe ser “civilizado” a través de la “evangelización” está la condición del indígena visto a través de un prejuicio que lo ubica en situación de “inferioridad” ante la Ley por su ignorancia con respecto a las “bondades” de la civilización cristiana.
Cuando el gobierno presidido por el doctor Rafael Caldera acordó llevarle electricidad barata a nuestros vecinos del sur, contemplando construir un tendido eléctrico sin medir las consecuencias ecológicas, ni el trauma que podía causar a las comunidades indígenas de la región, sin considerar siquiera la opinión de los indígenas, y se olvida de su condición humana, de los acuerdos internacionales relativos a los derechos de los indígenas. Entonces pesa sobre esta actitud la mentalidad colonialista, que pone por encima de los Derechos Humanos de los Indios a los valores económicos.